Existe una cualidad que es difícil de encontrar en las personas. Y esa es la de la elegancia interior que remite a la perfección en el comportamiento. En este sentido, puede que sea muy fácil ser elegante ante un triunfo, sin embargo, no es tan sencillo asumir con asertividad la derrota y el rechazo de la persona a la que quieres. Es habitual que en un momento de ese tipo, surja la soberbia, la vanidad o la ira.
Pero también, aunque es verdad que en apariencia ser elegante ante un éxito en el amor es fácil, lo cierto es que hay personas que cuando saben que despiertan el interés de alguien, entonces, actúan con chulería, se les sube a la cabeza o demás actitudes infantiles. Quien piense que cuenta con el cariño eterno de alguien a costa de no recibir nada a cambio, entonces, es que no tiene ni la menor idea de las leyes que rigen el cariño humano. Tarde o temprano, alguien se cansa y se agota ante la falta de interés y de reciprocidad.
La belleza es interior, y lo cierto es que se muestra en los actos y en el modo de ser. También, en el lenguaje corporal de alguien, en el modo de mirar. Y por supuesto, en un plano opuesto, la elegancia también se muestra en el modo de vestir, en el estilo que tiene una persona, en su capacidad para conjuntar la ropa y, especialmente, en la capacidad de vestir de la forma adecuada en función de la ocasión. No tiene ningún sentido ir vestido del mismo modo al trabajo que a una excursión en el campo, por ejemplo.
La elegancia atrapa, hipnotiza y seduce de forma inmediata, al menos, a aquellas personas que admiran lo elevado. Además, la elegancia atrapa, sencillamente, porque se trata de una cualidad que no se encuentra en todas las personas.