Dentro de los inicios de una historia de amor, o más bien, en pleno proceso de atracción, existe una sensación universal: la duda que puede llegar a pesar toneladas sobre la mente propia y también la ajena. Dudas porque no sabes si el otro te quiere, tampoco estás convencido de lo que sientes tú al cien por cien, sufres porque te da miedo ilusionarte con alguien que tal vez, luego no te corresponda del mismo modo. ¿Cuál es el resultado de este círculo?
Sencillamente, que a base de pensar demasiado terminas matando el sentimiento porque el miedo no es el mejor aliado para crear ningún vínculo con otra persona. ¿De dónde procede el temor? De esa mochila de experiencias pasadas con la que cargamos en nuestra memoria, de las vivencias que acumulamos que no sólo son positivas sino también, negativas. De hecho, con el paso de los años es habitual que alguien que ha tenido mala suerte se proteja mucho en el amor. Hasta el punto de que el otro, prácticamente por arte de magia, tenga la valentía de hacerlo todo, de arriesgarse, de tomar la iniciativa, de mostrar interés a toda costa…
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