El amor es un sentimiento tan complejo y grande a la vez que está cargado de infinitos matices. Los momentos de mayor éxtasis en pareja contrastan con los de un sufrimiento desgarrador. Lo cierto es que nadie puede evitar sufrir porque la otra persona no te resulta indiferente, es decir, te importa. Por ello, te implicas en aquello que le pasa puesto que de una forma indirecta también tiene que ver contigo.
Por ejemplo, nadie puede evitar sentir dolor ante el amor no correspondido. Del mismo modo, la sensación de injusticia es notable cuando una persona tiene que hacer frente a la muerte de su pareja. A ese adiós definitivo que deja una herida profunda en el alma en tanto que, aunque el amor tiene vocación de eternidad, no se puede hacer nada por derribar los muros de la muerte.
Aquellas personas que han tenido que hacer frente a la muerte de su pareja asumen que su vida continúa. Es decir, deben seguir adelante con todo lo que ello implica, dándose el derecho de ser felices. El nivel de fortaleza interior es notable, algo que precisamente descubres en los momentos más difíciles de la vida. Tras la pérdida de la pareja se produce la vivencia del duelo que tiene diferentes etapas.
Es natural sentir rabia e ira ante lo sucedido. Después, aparece la tristeza, el dolor profundo y el sentimiento de soledad. Finalmente, llega la aceptación de los acontecimientos como una etapa necesaria en el proceso hacia la alegría. Cuando una persona pierde a su pareja debe organizarse la rutina de otra forma. Debe buscar nuevas ilusiones con las que llenar su presente con una motivación diferente. En esta escala de prioridades, la amistad ocupa un lugar prioritario puesto que además, los amigos verdaderos te consolarán y aliviarán tu tristeza.