En el amor, todos nos cubrimos de máscaras y artificios, especialmente, al principio de una historia cuando lo único que quieres es agradar al otro y gustarle. En ese instante, la otra persona está puesta en un pedestal que es fruto de una idealización desmedida. Esta imagen platónica, tarde o temprano, cae a la realidad. Lo cierto es que no descubrimos el verdadero modo de ser del ser amado hasta que ya ha pasado tiempo. Sin embargo, muchas veces, no hace falta que pasen demasiadas semanas para poder ver cómo es alguien. El problema surge cuando la persona, víctima de la idealización, se niega a aceptar la realidad. Pone en la otra persona virtudes y cualidades que en realidad no tiene. En ese caso, puedes terminar enamorado de un espejismo que es fugaz y efímero.
Idealizar a otra persona en la adolescencia resulta natural. Sin embargo, con el paso de los años, todos deberíamos adquirir el aprendizaje de dejar de hacerlo: si quieres conocer a alguien de verdad entonces, muéstrate tal y como eres, no tengas miedo del rechazo, comparte tiempo en común… Si las cosas fluyen con naturalidad, entonces, mucho mejor. Se trata de poner de tu parte para poder descubir la verdad lo antes posible.
La idealización en el amor está alimentada por las películas de Hollywood y también por los cuentos de hadas que nos ofrecen una visión poco acertada del amor y de la convivencia entre dos personas. Siento decirte que no existe el príncipe azul porque todo ser humano es imperfecto y limitado. Esto no es un obstáculo para que cada persona tenga su propio encanto. Con la madurez de la etapa adulta, es bueno dejar de idealizar para tener mayor tolerancia hacia la frustración de ver actitudes y gestos que no te gustan.