En la medida en que una persona tiene mejor o peor autoestima entonces se compara más o menos con sus amigas más cercanas. Siempre que establecemos una comparación de este tipo, existe de fondo un deseo por medir la propia felicidad y el éxito en relación con los demás. Por ello, la envidia es la emoción que muestra la tristeza por el bien ajeno. Tal vez, alguna vez sentiste envidia porque una amiga tuya tiene novio y tú no lo tienes.
A lo mejor anhelas tener esa casa en el centro de la ciudad que ha conseguido una antigua compañera de universidad que tiene la suerte de tener un buen trabajo y un sueldo notable. Te comparas con ellas idealizando su situación actual. Lo que no sabes es cómo se sienten ellas consigo mismas, es decir, qué carencias arrastran y qué cosas echan de menos en esa aparente perfección que tú ves desde fuera.
La comparación te hace sufrir porque te impide disfrutar de quién eres y de todo aquello que tienes. Además, cuando te comparas de forma obsesiva también te sitúas en un rol de víctima frente a la vida, como si tuvieses la mala suerte pegada a la nuca. Lejos de ser cierto, es mejor que trabajes por lograr todos tus sueños no sólo en el plano personal sino también, en el terreno laboral.
Mejor alégrate por los éxitos de tus amigas y comparte con ellas sus momentos de felicidad porque la envidia es como un veneno que no deja vivir a aquellas personas que la padecen. Un veneno que te hace sentir desdichado incluso cuando tienes grandes cosas para sentirte afortunado.