En concreto, España está siendo testigo de múltiples alteraciones de la vida social. Ahora se dan tanto modelos alternativos al matrimonio como patrones diferentes de familias.
Y como consecuencia las relaciones de pareja han cambiado. Las posturas tradicionales devaluaban a la mujer, sobre todo ante una segunda opción, al considerar su disponibilidad de tiempo para la familia. Un signo de dominación del hombre sobre la mujer lo constituye la diferencia de edad. Cuestión que puede considerarse como una demostración de gustos en nuestra cultura. Y es que la diferencia de edad al contraer el primer matrimonio es mayor cuanto peor es la situación de la mujer.
Por otro lado, los varones se casan antes que las féminas en segundas nupcias. Y lo hacen con mujeres mucho más jóvenes que sus primeras esposas. Las divorciadas no serán su objetivo exclusivo, ampliando el campo al ámbito de las solteras.
Las mujeres que se divorcian no responden a ese modelo de mujeres-amas de casa de la generación de sus madres ni necesariamente a la media de mujeres casadas.
La posibilidad de romper el primer matrimonio viene determinada porque en general las féminas son más autónomas, con independencia económica. Sus proyectos y expectativas de vida son óptimos. Precisamente estas premisas son las que las hacen permeables a los cambios y tener comportamientos que las diferencian de sus madres y de las que permanecen en matrimonio.
En definitiva, el matrimonio protege al hombre: Tiene menor mortalidad cuando está casado y mayor cuando es viudo o divorciado. Tal vez porque sea la mujer la que “generalmente cuida de los demás”, esta circunstancia no se manifiesta en ellas. Está comprobado que la población femenina viven sin pareja en mayor proporción que el colectivo masculino.
Las estadísticas arrojan datos importantes: Si hasta ahora, aproximadamente nueve de cada diez personas han contraído su primer matrimonio, la situación frente a una nueva pareja cambia radicalmente.