La decisión del divorcio no aparece de la noche a la mañana. Es decir, existe un proceso gradual en el que la pareja, poco a poco, se va distanciando. Y de pronto, llega un día en que sienten que ya no quieren formar un proyecto de vida en común. Miran su futuro con una perspectiva diferente. Cuando las cosas empiezan a ir mal es necesario tomar medidas para poder encontrar una posible solución. Por ejemplo, es aconsejable ir a una terapia de pareja o encontrar a una persona externa que pueda actuar como mediadora para equilibrar la balanza en una relación que está rota, pero no del todo.
Cuando las cosas empiezan a mostrar síntomas de ruptura, también es frecuente que cada miembro de la pareja se centre en aquellas cosas que no soporta del otro y en todo aquello, que hace mal. Sin embargo, conviene invertir la perspectiva para pensar en uno mismo y mejorar. Si una relación no funciona es cosa de dos, por tanto, cada parte debe asumir su responsabilidad, intentar cambiar la situación, dar cosas buenas a la relación para recuperar el equilibrio y la estabilidad.
Una crisis se puede superar y en caso de hacerlo, la relación de pareja también se fortalece. Por ello, no hay que tomar el divorcio como la primera solución sino que se debe perseverar y luchar de verdad para poder amar de nuevo. Se debe mejorar mucho la comunicación para apostar por el diálogo y el respeto. Pero especialmente, hay que aprender a escuchar de verdad al otro para poder atender sus necesidades y saber qué le sucede. Es importante no hacer juicios de valor, ni críticas sino ser generoso a la hora de hablar desde el respeto mutuo.
Además, también es bueno echar la vista al pasado para poder valorar con objetividad a la otra persona y ver todos los buenos momentos compartidos. Cuando amas de verdad, luchas porque un divorcio también es un fracaso emocional.