El amor es un sentimiento perfecto marcado por una clara dualidad corpóreo-espiritual. Es decir, la realidad es que tener una relación con una persona que simplemente, te parece guapa pero no te aporta nada a nivel anímico, no te gusta su modo de ser o te aburres cuando estás con él resulta una equivocación. Pero también sucede a la inversa: sentirte a gusto con alguien que para ti no es guapo, implica que tal vez, ves a esa persona como puedes ver a otro amigo.
No se trata de que la otra persona sea la más atractiva del mundo, pero sí se trata de que sea guapa para ti. Que tenga algo que te guste de verdad, algo que te atrae. El amor, y la atracción es eso, una especie de imán en la que dos personas que se gustan, no pueden dejar de mirarse, por ejemplo, al principio de una relación.
No dar la importancia que merece a la atracción física en la pareja es un error, es decir, no se trata de un tema frívolo ni mucho menos sino de una cuestión que merece la pena cambiar y modificar. Conviene matizar que la atracción no sólo puede ser física ya que también puede haber atracción intelectual o espiritual con una persona a la que admiras por su inteligencia, con alguien con quien te sientes muy identificado en su forma de pensar, o también, con una persona que te impresiona en su formación y en su trayectoria profesional.
El amor perfecto debería incluir tanto atracción a nivel intelectual como a nivel físico. La realidad es que una persona que tal vez, pudo impresionarte por su belleza física en un primer momento, la puede perder por completo en el momento en que la conoces y te parece aburrida o antipática.