El romanticismo es muy valorado por muchas personas pero tampoco es una ley universal el hecho de que haya que ser romántico en el seno de una relación. Existen personas que tienen una visión más pragmática del amor y de la pareja. Además, incluso en el caso de esas personas que sí valoran de verdad el romanticismo, existen elementos que se convierten en grandes enemigos emocionales a la hora de poder tener muestras de afecto emotivas. Por ejemplo, el cansancio y el estrés laboral, muchas veces, limitan el ritmo de una persona a la obligación de cumplir con lo mínimo.
El estrés produce tal desgaste que la persona se queda sin energías, por ello, no tiene tiempo en pensar en un plan espectacular con el que sorprender al ser amado. Por otra parte, otro enemigo del romanticismo es la cursilería. Ambos términos no tienen nada que ver, sin embargo, en ocasiones, se confunde. El efecto se nota en la reacción que produce en aquel que es sorprendido. Lo romántico es elegante, gusta e impacta. Por el contrario, lo cursi, muchas veces, produce risa.
Otra limitación en el romanticismo es el pudor a la hora de expresar sentimientos. Sentimientos que muchas veces, se dan por supuestos, por ellos, las parejas se acomodan y no profundizan en el ámbito emocional. Del mismo modo, en caso de que la otra persona no sea nada romántica, aquel que sí lo es, siente una barrera interna a la hora de llevar a cabo ciertas iniciativas, por ejemplo, escribir una carta de amor.
Otros enemigos del romanticismo son: el exceso de racionalismo en el sentimiento, la falta de tiempo, la falta de ingenio o de creatividad… Ser romántico en una relación no es una obligación pero sí es verdad que al estar enamorado, esta actitud surge de una forma más natural que en la ausencia del sentimiento.