No nos pararemos de oir y de repetir hasta la saciedad que cada persona es un mundo, o que nadie es perfecto. Lo que ocurre es que antes de contraer matrimonio, el novio, y a la sazón futuro esposo, es educado, generoso, cariñoso, y trabajador. Pero tras la boda, ese hombre maravilloso se convierten en un ser antipático, malhumorado, y cabreado, y con el paso de los años aquel romántico joven, ha echado barriga, se enfada cuando la comida está caliente, y hasta puede llegar a roncar.
También las mujeres cambian a los ojos de ellos, y es que ya no son aquellas jovencitas encantadoras y divertidas con las que un buen día se casaron. Es completamente normal que los esposos y esposas descubran de sus parejas las faltas o defectos que durante el noviazgo no estaban presente, o si lo estaban eran disipadas por un amor apasionado. Sin embargo, el paso del tiempo, y ciertas situaciones en la vida matrimonial hacen ver como es realmente uno u otro.
Lo que hace años eran defectos sin importancia o rasgos de su carácter, pasan a ser defectos enormes que no tienen solución, y que desgraciadamente pueden llegar a causar la ruptura del matrimonio. Es una contradicción cruel, pero es así, aquellos rasgos que antaño nos vuelven locos de amor, durante el matrimonio puede enervarnos hasta límites insospechados.
La verdad es que todos y todas estamos sentenciados a convivir con personas imperfectas, estando aquí precisamente el quid de la cuestión, y es que si logramos asumir esto, tenemos enormes posibilidades de lograr una relación duradera y satisfactoria.