Al convivir en pareja, aumenta el grado de confianza en la relación en todos los sentidos. Y este exceso de confianza puede tener efectos positivos pero también, algunos más negativos. Por ejemplo, la pérdida de paciencia que en muchos casos tienen las parejas para tolerar defectos del otro que previamente no se observaban como tales o a los que anteriormente, no se les daba el peso actual. Esta pérdida de paciencia repercute de forma directa en el aumento del número de discusiones y en la falta de empatía. La falta de espacio puede echarse de menos especialmente en ciertos momentos. Por ejemplo, cuando después de una discusión cada uno desearía marcharse a su casa como en la etapa de noviazgo (marcando distancia y retomando la conversación en otro momento).
Establecer normas de convivencia común
Sin embargo, en la etapa de la convivencia surge el aprendizaje de seguir con la rutina de la convivencia, incluso después de haber reñido. Es decir, surge una nueva oportunidad para gestionar los conflictos aprendiendo a resolverlos a través de la afrontación.
En la confianza de la convivencia surgen también nuevas discusiones por temas domésticos: el desorden en el salón, a quién le toca encargarse de determinada tarea de la casa, diferencia de horarios en las rutinas de pareja o invitar a amigos de forma inesperada para cenar. Se trata de aprender a gestionar un espacio común con normas para ambos que ayuden a mejorar la convivencia. Las parejas descubren, especialmente durante el primer año, que convivir es un paso importante y complejo puesto que el proceso de adaptación requiere de generosidad por ambas partes.
Dificultades en la comunicación
También puede suceder que a pesar de estar conviviendo en la misma casa cada uno esté en su mundo a través del teléfono móvil o el ordenador. Estando cada uno, totalmente desconectado de la conversación con la pareja. Dos personas pueden estar en un mismo cuarto de estar y encontrarse a kilómetros de distancia a nivel emocional.