El amor también se ve marcado por el contexto social, por ello, cada vez existen nuevos modelos de familias. Por ejemplo, existen casos de parejas que de una forma voluntaria, consciente y libre deciden no tener hijos nunca. Se trata de una decisión que para que no termine causando heridas en el seno de la relación, debe de ser meditada, valorada y deseada de igual forma por ambas partes. De lo contrario, es muy difícil que alguien que tiene un gran instinto maternal o paternal, lo acabe reprimiendo. De hecho, no resulta saludable a nivel emocional hacerlo.
Las parejas que no tienen descendencia, tienen todo el tiempo para dedicárselo a sí mismas. Pueden hacer planes y viajes con más flexibilidad. No sólo por una cuestión de agenda sino también, por motivos económicos. Tener un hijo implica una estabilidad para poder hacer frente a los gastos que se derivan de colegio, ropa, médicos, comida… Por ello, quienes no tienen que hacer frente a estos gastos pueden dar prioridad a otros ámbitos de su vida.
Existen muchas personas que no comprenden que haya parejas que no quieran tener hijos. Es decir, existen personas que consideran que una pareja tiene que evolucionar, y dentro de toda evolución se encuentra la etapa de la maternidad como una necesidad. En realidad, es mejor entender que la libertad humana justifica cualquier decisión personal en el plano del amor. Y que existen muchas formas diferentes de vivir y de caminar por el mundo.
Muchas de las parejas que no tienen hijos se vuelcan al cien por cien en los sobrinos. Les dan caprichos y les miman. Sin embargo, sienten que la responsabilidad es muy diferente a la que implica ser padres. La mayor tragedia emocional que puede pasar es que una pareja que en la juventud no quiso tener hijos, se arrepienta en la vejez de no haberlos tenido.