Desde tiempos remotos y hasta finales del siglo XX era muy común que los noviazgos comenzaran a los quince o dieciséis años y que la boda se celebrara alrededor de los veinte. Pero dicha costumbre ha cambiado en los últimos años y ahora lo más común es retrasar ambas cosas.
Las razones son fáciles de entender: ahora son muchos los jóvenes que prefieren vivir su vida de manera independiente, aprovechar para estudiar, compartir piso con amigos o compañeros de trabajo, viajar y madurar por sí solos de manera que prolongan sus años de juventud hasta pasados los 25.
Por ello, en la actualidad no es habitual encontrar parejas estables en los institutos, sino más bien amistades con derecho a roce, más conocidas entre la jerga juvenil como rollos o líos. También existe la posibilidad de que surja el amor, como no, pero incluso en estos casos es muy probable que la relación se rompa por diversas circunstancias.
Muchas parejas que comienzan a salir en la adolescencia viven un amor loco e intenso, lleno de pasión y que, sobre todo durante las primeras semanas, parece que va a mover montañas, pero lo cierto es que una buena parte de estas parejas, incluso las que duran más de cinco años, acaban rompiéndose debido a los cambios de personalidad que se producen en uno, en otro o en ambos.
Todo lo expuesto no es, en ningún caso, un paradigma que cumplan todas las parejas del mundo, pero sí es lo más habitual, al menos, en los países occidentales. Y es que la forma de vida que se plantea la mayoría de los jóvenes hoy en día no es compatible con una pareja, ya que no tienen visión de futuro hasta que comienzan a acercarse a los treinta, edad que ya sí les parece adecuada para convivir con su pareja, casarse, comprarse una casa e incluso tener hijos.