Llevas años viviendo en el mismo bloque de edificios y conoces a la perfección quiénes son tus vecinos. Hace un par de meses que un nuevo inquilino ha alquilado el apartamento situado justo enfrente de tu vivienda. Ya has depositado tu atención en él porque irradia un atractivo que le hace irresistible.
Los días laborables, de lunes a viernes, y a la misma hora coincidís en el ascensor. El contacto no pasa de un simpático saludo presidido por dos amplias sonrisas en los labios. Es verano y los fines de semana ambos os volvéis a cruzar en la piscina comunitaria que comparten todos los bloques de la comunidad. En el espacio acuático, las horas pasan volando contemplando con exactitud cada uno de sus movimientos aunque intentas ser discreta con miradas disimuladas. Sin embargo, “te pilla desprevenida observando” y forzosamente tienes que salvar la situación levantando la mano a modo de saludo. Y ahora sí, es la ocasión perfecta para ir caminando poco a poco, situarse con la toalla o la “tumbona” a su lado y poder empezar a hablar.
Para “romper el hielo” comienza hablando de cosas banales como el tiempo, el tráfico, etc. Después pregúntale su nombre de pila y seguidamente atrévete con temas más profundos dejando entrever algunos de tus gustos y preferencias en cuanto a música, cine, arte… De este modo tantearás cuáles son sus aficiones y así para otro día podrás continuar la conversación. Jamás seas excesivamente directa en formular preguntas que rocen la imprudencia porque puedes levantar una especie de recelo en él.
Si con el paso del tiempo habéis logrado una buena sintonía, se abrirán las opciones para fijar una cita más comprometida y ahí es donde se dará paso a los intercambios de información más personales… O simplemente a gozar del amor.