En los últimos años se ha producido un apogeo de publicaciones sobre la complejidad de las formaciones de género asiáticas. Los estereotipos tradicionales siguen produciendo fascinación en las audiencias occidentales.
La situación de la sexualidad y moralidad femenina en la sociedad china consistía en preceptos de pureza, castidad e ingenuidad junto con la creencia de que la mujer era incapaz de controlar sus deseos.
De hecho, la feminidad se asociaba a una idealización de pasividad en la práctica del coito junto con lo opuesto a la pasividad: un temor de que las mujeres poseyeran por naturaleza un incontrolable apetito amoroso y que, por lo tanto, fuera necesario controlarlas.
En la dinastía Qing, a las mujeres de las clases media y alta se les retiraba de la vista pública y de los hombres que no pertenecían a la propia familia. La modestia femenina se traducía en su aislamiento y ausencia en el espacio público.
Las mujeres más marginadas y de dudosa reputación eran aquellas que quedaban fuera de las estructuras familiares y matrimoniales: Las religiosas y las viudas. Ambos grupos eran objeto de discriminación y burla y blanco de numeroso chistes sobre el amor.
Las viudas castas eran mujeres que habían mantenido su viudez durante décadas o que se habían suicidado tras la muerte de sus esposos. Por tanto, las viudas eran ridiculizadas y veneradas al mismo tiempo. El secreto para alcanzar la veneración no era otro que demostrar una continua voluntad de someterse al control del sistema patriarcal.
En la China tradicional existieron “genios” entre las mujeres. Sin embargo, en la práctica, la creación de feminidad para las mujeres chinas se sirvió de amazonas y eruditas sólo como parte de un reino de fantasía inalcanzable que en el fondo no hizo sino confirmar su propio espacio en el mundo privado “interior”.