El ego es una trampa realmente mortal en una relación de pareja, pero también, en la vida en general. Aunque es evidente que a cada uno de nosotros nos pesa el yo a nivel individual, no podemos cometer el error de pensar que somos el centro del mundo y que todo gira alrededor de nuestro centro. La soberbia, la vanidad, la falta de autoestima o incluso, el exceso de romanticismo mal entendido, pueden llevar a que una relación de se rompa por no haber marcado unos límites adecuados.
Aprender a ceder
Una relación está formada por dos personas, y conviene encontrar el equilibrio a la hora de satisfacer las necesidades de ambas. Es un riesgo que una de las partes siempre ceda en beneficio de la otra porque en algún momento, puede sentirse desgastada y vacía. Pero además, una relación en la que siempre es uno el que pierde y renuncia a deseos importantes, no es una relación sana, no existe igualdad ni equilibrio.
Las personas que por modo de ser, evitan los conflictos, son muy receptivas a caer en relaciones tóxicas. El miedo a desagradar al otro, esconde también, el miedo a dejar de ser querido por decir que no a ciertas cosas y poner ciertos límites. Sin embargo, una relación también requiere de normas.
Cómo controlar el ego
El ego se controla mirando alrededor y observando que los demás, también tienen su vida, tienen sus necesidades y sus problemas. Por tanto, a través de la escucha activa es posible salir de uno mismo para llegar al corazón ajeno. Y también, es importante hacer algo por los demás, poder ayudarles en la medida de lo posible cuando lo necesitan. Una persona que siempre está marcada por su propio ego, entonces, no tienen facilidad a la hora de hacer un favor, o poder estar ahí, cuando se le necesita. El peso de su propio yo, le nubla la visión y no le deja ver más allá.
El voluntariado es una buena fórmula a la hora de poner en práctica la generosidad y poder extraer un mensaje vital más profundo de este hábito.