Si ya de por sí es difícil mantener una relación de pareja por lo general, más complicado es cuando uno de los dos miembros padece una enfermedad crónica o grave.
Para la persona que asume el cuidado del enfermo supone afrontar una tarea muy absorbente. No hay descansos, ni domingos ni festivos libres, debe ser un cuidado diario y supone mucho sacrificio.
El principal problema afecta al que sufre la enfermedad, pero también quienes los atienden día y noche sufren las consecuencias de una enfermedad grave, incurable o terminal. Su vida acaba girando sobre el estado y cuidado de su compañero/a por lo que se debe tener mucha fortaleza interior para no acabar deprimido o derrumbado psicológicamente.
El auxiliador puede terminar sintiéndose asfixiado y atrapado por la frustración de un esfuerzo aparentemente en balde, ya que el enfermo no mejora o incluso su salud se deteriora.
Cuando la situación se prolonga puede generar tensiones familiares. Es un panorama estresante, y conviene no caer en una total dedicación obsesiva, física y mental al paciente.
Es imprescindible que el cuidador no enferme o se deprima y mantenga sus fuerzas para poder ser más eficaz en la atención al ser querido, que tanto requiere de todos en la última fase de su vida.
Por otra parte, no debemos pensar que podemos con todo, sea cual sea nuestro carácter o el esfuerzo y las horas a invertir. No nos creamos imprescindibles ni pensemos que sin nuestra colaboración el desenlace será inminente o en más dolorosas circunstancias.
El cuidador, no podrá impedir que haya momentos en los que el enfermo sufra o en los que incluso le tiranice. Además, esta postura radical causa sentimientos de culpabilidad, cuando el asistente tiene que recurrir a la ayuda de otras personas.
Lo importante es mantener vivo el amor, que todo lo puede.