A finales del siglo XIX y dentro del marco del concepto de “amor libre” se formaron parejas que recurrían a la ideología anarquista.
Las personas adultas pueden llegar a establecer un acuerdo libre, entendiéndolo como un compromiso legítimo que ha de ser respetado por quienes lo suscriben así como por terceros. De aquí se explica que las relaciones sentimentales o sexuales no necesitasen de ningún permiso o autorización expresa del Estado ni ningún compromiso religioso.
De este modo Émile Armand refleja el amor:
Los sexos se atraen mutuamente, se buscan naturalmente, normalmente: este es el hecho original, primordial, la base fundamental de las relaciones entre las dos mitades del género humano. Por otro lado, es una locura querer reducir el amor a una ecuación o limitarlo a una forma única de expresión. Aquellos que lo intentaron se dieron cuenta bien pronto de que habían equivocado el camino. La experiencia amorosa no conoce fronteras. Varía de individuo a individuo.
En términos generales, durante esta época el amor es considerado a la vez un principio divino y un principio de perdición. Y es que la idealización de la figura femenina conduce a Dios pero también puede suponer una fuente de fatalidad y destruir al hombre.
El siglo XIX está salpicado de diversos acontecimientos políticos y sociales. Y en lo que respecta a los movimientos literarios triunfa el Romanticismo. Se comienzan a ver parejas de individuos entregados al amor y cuyos lemas eran los siguientes:
1- Rebelión del individuo contra cualquier norma que la impida expresar sus propios sentimientos.
2- Absoluta libertad en política, moral y arte.
3- Mantienen una actitud idealista que no corresponde a la realidad que los rodea y los lleva a la rebeldía contra la patria, la sociedad e incluso contra Dios.
4- Como consecuencia del enfrentamiento entre su espíritu idealista y la cruda realidad, se produce la desesperación y el desengaño.
5- Si en el siglo anterior la verdad era igual a belleza, para el Romanticismo sólo la belleza es la verdad.