Existen diferentes momentos de la vida en pareja en los que pueden vivirse guerras emocionales. Batallas en las que el otro se convierte directamente en el enemigo. Se observa como el adversario a derribar en una contienda. Así sucede, por ejemplo, en algunos casos de divorcio. En la peor de las situaciones, los hijos se convierten en la moneda de cambio que se utiliza para dañar al otro. En cualquier tipo de batalla o de guerra emocional, quien pierde no sólo es el otro, sino también, uno mismo. El resentimiento, la rabia y el rencor, no causan nada bueno.
Por ello, merece la pena dejar de lado el orgullo para hacer las cosas lo mejor posible tanto en un divorcio, como en una ruptura sentimental de una pareja de novios o en una discusión. No tiene sentido dañar de una forma consciente a alguien que se quiere o que se ha amado mucho tiempo. Por ello, intenta mostrar lo mejor de ti mismo para sentirte también mejor contigo.
Existen parejas que son un ejemplo de cordialidad, madurez y sensatez, incluso, en las peores circunstancias. El hecho que haya personas que pueden mostrar equilibrio en la dificultad, muestra que con fuerza de voluntad, cualquiera puede alcanzar ese ideal en la práctica. En ciertos momentos, puede ser positiva la ayuda de una persona que intente mediar en la resolución de un conflicto de pareja. Alguien externo puede ayudar a ver las cosas con mayor objetividad.
Un divorcio ya es de por sí difícil, por ello, es esencial no convertirlo en algo más doloroso de lo que ya es de por sí. Intenta cuidar de ti mismo y protegerte para no sufrir más de lo necesario, pero potencia la comunicación, el respeto y el diálogo en todo momento.